martes, 14 de septiembre de 2010

Los Pilares de la Tierra.

Buenas noches a todos.

Hoy ponen, creo, el piloto de unos 100 pequeños minutos de duración de una de las series más esperadas, una de las versiones más esperadas de un libro que se me ha hecho imposible de leer... Al menos, de terminarlo...

Me refiero a.... Los Pilares de la Tierra.


Narra la historia de un arquitecto, de un maestro constructor cuyo único propósito es poder edificar una catedral, es su objetivo en la vida.

Esta novela tiene algunas virtudes innegables. Su argumento, a pesar de ser muy simple, invita a seguir hasta la última página. Algunos personajes tienen momentos interesantes. La acción logra un nivel trepidante por momentos. Sin embargo, aquí termina la lista. Lo malo ocupa más espacio en estas 1350 páginas. Quisiera advertir a los lectores que aún no han leído este libro que, si ya poseen una mínima cultura literaria, se expondrán a una decepción terrible. Esta NO es una novela histórica de la Edad Media, sino un best-seller con las peores características del género.

Para empezar, el lenguaje suena falso. No estamos en la Edad Media, sino en un escenario neutro mal condimentado con términos y costumbres medievales. Los personajes, especialmente las mujeres, piensan de manera nada medieval y sus palabras suenan como los diálogos de las teleseries norteamericanas baratas. Cuando un autor tiene maestría, puede conseguir la ilusión de la realidad alterando incluso el modo de hablar de las gentes de un tiempo, como hace Umberto Eco en “El nombre de la rosa”, cuyo protagonista, Guillermo de Baskerville, usa un discurso netamente moderno… sin que muchos nos demos cuenta. Pero Ken Follett, por más que haya estudiado el periodo histórico de su novela, no consigue transmitirnos la atmósfera de aquel tiempo. Hasta en “Un yanqui en la corte del rey Arturo” hay más medievalidad que en “Los pilares de la Tierra”.



Hay extensos pasajes con diálogos que podrían haberse resumido en un par de párrafos, y otros de indudable importancia que son despachados con una ligereza espeluznante. En fin, en unas pocas páginas tendríamos un fresco concentrado de una de las facetas más importantes de la vida medieval, pero el autor prefiere continuar con su melodrama increíble (increíble porque Aliena recorre toda Francia y media España como en tren, en un par de líneas, un territorio muchas veces más extenso que el recorrido con tanto riesgo en Inglaterra, y que no obstante está asombrosamente despoblado de incidentes).

Y no sólo el ritmo es irregular, sino que el tono descriptivo también. En la primera escena, la del ahorcamiento del juglar, los juegos de los chiquillos tienen una crudeza y una crueldad que no vuelven a aparecer casi nunca, salvo durante las riñas entre Alfred y Jack. O sea, estamos ante una de las mañas más bajas de un autor: engancharnos mediante la truculencia.

Luego está el carácter arquetípico y acartonado de los personajes: los buenos son insobornablemente buenos (con algunos defectillos añadidos que, en lugar de mostrarnos seres humanos cabales, magnifican el aspecto prefabricado), y los malos son irrevocablemente malvados, incluso hasta la estupidez.

En cuanto a la catedral de Kingsbridge, nunca puedo “verla” a partir de las descripciones del autor, que prefiere emplear los nombres técnicos de las partes arquitectónicas antes que emplearlos en menor medida (o usar las clases que Tom daba a Jack, en principio tan ignorante como nosotros, para ilustrarnos mejor) o de inventar metáforas inteligentes. Es más, si no conociera el aspecto de las catedrales góticas, no podría imaginármelas a partir de esta novela, salvo en lo esquemático (ventanales muy grandes, columnas delgadas, luz, adornos imprecisos y poco más).

Un gran error de concepción es, a mi juicio, la discordancia entre lo que el título evoca y el desarrollo de la trama y sus puntos de interés. “Los pilares de la Tierra” es una frase que me remite al conocimiento medieval , al misterio de los países lejanos y al discreto encanto de un mundo creado por Dios a escala humana, centrado en la pesada Tierra; un universo que podría estar condensado y reflejado alegóricamente en la estructura de una catedral gótica. Pero la catedral es una sarta de nombres específicos, una mole de la que ni siquiera conocemos la altura exacta (a no ser lo eternos 20 metros desde los que varios pudieron caer o no se atrevieron a saltar), y la falta de perspectiva geográfica e histórica es patente en la novela, porque el señor Follett, o no acierta a recrear en su mente la Inglaterra de hace 900 años.

Tiene gancho, sí, pero al tiempo que puede llevarnos hasta la última página apelando a nuestra más morbosa curiosidad, nos decepciona por el desperdicio de material temático (por parte de Follett), de tiempo y de dinero (por nuestra parte). Si el propio Ken Follett dice en la introducción que este es su mejor libro, tiemblo al pensar en cómo serán los otros. (Pero, hablando en serio, creo que es tan comerciante que donde dice su “mejor libro” debe leerse “el que más dinero le ha dado”.)

Lo único trascendente que podría hallar en él es que quizás sirva para pegarle a alguien el gusanillo de la lectura. Con el tiempo notará las fallas catastróficas de Follett, siempre y cuando llegue a conocer entre tanto a los verdaderos maestros, y también a humildes artesanos con más oficio y honradez.

No estoy en contra de los best-sellers en principio. Hay libros tan buenos que su fama se ha impuesto y se han vendido como pan caliente, como El Señor de los Anillos de Tolkien. Lo entretenido no tiene por qué ser malo, lo bueno no tiene que ser aburrido en definitiva (o no sería bueno). Considero que la condición de best-seller es un añadido, una circunstancia feliz, más o menos merecida. Lo que me causa rechazo es la industria del best-seller, la fabricación en serie de novelas cuyo solo propósito es forrarse de dinero en nombre de la literatura. Pero hasta esto podría tolerarse en un mundo dominado por el mercado.


Un saludo del Capitán Hispania...

PD: Vaya tostón...

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